Un relato en homenaje al cine de terror.

Publicado: 29 noviembre, 2014 en Relatos cortos
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En este día en el que cuento por fin las treinta y dos primaveras, vengo a ofreceros (después de una temporada más larga de lo que a mí me gustaría), un relato de mi cosecha. Algo macabro, canalla y lleno de detalles.

Para los que os gusta como a mi todo esto del terror, encontraréis entre sus palabras y personajes muchos conocidos, para los que sois algo menos asiduos del género de Poe, Lovecraft y demás, no os preocupéis: no es necesario para que lo podáis disfrutar.

 

BLOB-MATIC-CON

 

 

Hace muchos años, en Arborville, un pequeño pueblo de Colorado, una terrible tragedia cayó sobre sus habitantes. Algo que apareció un día venido del espacio, y que a punto estuvo de acabar con la humanidad.

En las calles de Arborville, una masa sin forma sembró el caos y la destrucción, atacando en la hora más oscura de la noche y obligando a los habitantes a luchar por su vida en una refriega desesperada.

Los años han hecho que la gente se olvide de lo que allí ocurrió, pero los que viven en Aborville siguen recordando que el terror no tiene forma, y lo honran, a su manera…

 

 

LA «BLOB-MATIC-CON

 

Faltaban menos de dos días para la feria friki más importante del condado, y Bret aún no había terminado su disfraz. De todas partes del país, y de algún lado del extranjero también, llegaba gente disfrazada de personajes de películas de terror. Drácula (el de Cristopher Lee, no el interpretado por Gary Oldman), el Vengador Tóxico, los Gremlins, algún mono de mar, varios Frankensteins y demás monstruos de grandes película de terror, y de tantas otras malas pero muy valoradas por el público asistente al evento.

El chico miró por la ventana, viendo grupos de amigos caminando por la calle ya disfrazados, y pensando con una sonrisa, que alguien se había debido dejar la puerta del infierno abierta. Una puerta que conducía al cine «B», «R» y «Z» como solían llamarlo los entendidos que pasaban la tarde jugando al pac-man en la cafetería del pueblo.

Bret se volvió al teléfono que había comenzado a sonar sobre el escritorio, y miró la pantalla.

—Ey. ¿Cómo vas? —le preguntó a Michael.

—No soy capaz de terminar con un par de cosas que le faltan al disfraz.

—Ya somos dos.

—¿Has visto cuánto nivel hay este año? He visto hace un rato a un tipo disfrazado de Brundle-Mosca, y estaba genial. Vamos a tener que esforzarnos para estar a la altura.

Bret pudo escuchar a Micky resoplando a través de la línea.

—¿Es muy difícil?

—¿El qué?

—Tu disfraz.

—Ah, bueno, tendrás que venir para verlo.

—No me da tiempo.

—Si vienes a ayudarme, luego te ayudo yo.

El año pasado Michael le había hecho una proposición similar, y al final no hubo tiempo para su disfraz. Mientras que Micky había ido genial con su disfraz de Cenobita, Bret se tuvo que conformar con ponerse unos leggins verdes de su hermana, pintarse la cara, y hacerse un antifaz rojo con los restos de una camiseta de Flash. No hubo tiempo para más. Aún, un año después de aquello, había gente que le recordaba como el peor Rafael de las “Tortugas Ninja”, de toda la historia.

Como si la gente llevara siglos disfrazándose de Tortuga Ninja.

—Ven tú a mi casa.

—Jo, Bret, que no me va a…

—Que no.

Nuevo resoplido de Michael.

—Bueno, pues nos vemos mañana.

—Vale.

Bret escuchó cómo Micky colgaba antes de hacerlo él también. Se asomó a la ventana y miró calle abajo, observando a la gente disfrazada caminando hacia la plaza. «¿Ese es Oogie Boogie?» pensó al ver pasar la enorme bolsa de esparto que cruzaba ante la puerta de sus vecinos en ese momento. Se podía ver salir de su interior un inquietante halo verdoso, proyectado a través de los ojos o la boca abierta.

—Sí, este año hay mucho nivel.

 

 

—He dicho que no, Ryan.

Elisabeth se apartó del chico, pensando que no parecía tan baboso cuando salía con su amiga Lily. La verdad era que Ryan estaba muy bien, pero aquello no estaba saliendo como se había imaginado.

—Pero nena, ¿para qué hemos venido hasta aquí entonces? —comentó él, señalando al pantano.

—Para estar solos, no para que intentes meterme la lengua hasta la garganta. —respondió Eli molesta—. Mira, mejor me voy a casa. Ya nos veremos.

—Eso, lárgate. —Ryan estuvo a punto de hacerle un aspaviento, pero la chica ya se alejaba por el camino rumbo al pueblo—. Mejor así.

Se volvió hacia el lago mientras sacaba un cigarrillo y lo encendía, cuando algo dejó una estela de fuego en el cielo y cayó sobre su superficie.

—¡Hostias¡ ¡Eli, has visto eso! —gritó Ryan mirando de nuevo hacia el camino.

Ya no se veía a la chica, por lo que atendió de nuevo al lago, a tiempo de ver algo luminoso que se hundía bajo el agua.

—Debería avisar de esto a la policía, o al ayuntamiento o a los bomberos —dijo dándole una larga calada al cigarro, antes de tirarlo al suelo y pisarlo—. ¿Qué más da?

Ryan dejó de prestarle atención al agua que comenzaba a burbujear, y desanduvo el camino hacia el pueblo.

 

 

Bret se ajustaba el disfraz como bien podía, mientras daba buena cuenta de unos huevos con bacón. Al lado del plato había un tazón para los cereales, que ya se había comido, y un vaso de zumo de naranja que dejaba para el final.

—No llegarás a viejo como sigas comiendo así —le dijo Eli, su hermana, masticando pensativa unas galletas mojadas en leche.

—¿Por qué?

—Deberías cuidar más lo que comes.

—Y tú la gente con la que sales.

Elisabeth le miró molesta por el comentario pero no respondió. En el fondo pensaba que su hermano tenía razón, buena prueba de ello era su cita de la noche anterior con Ryan Taylor.

—¿De eso vas a ir disfrazado?

—¿No te gusta?

—No es eso, solo que es quizá demasiado… ¿Obvio?

—Puede ser, pero a mí me gusta —le respondió antes de meterse la última tira de bacón del plato en la boca—. ¿Te disfrazarás este año?

—No, no estoy con ánimos.

—¿Irás por la tarde a la representación?

—Puede.

En ese momento sonaba el teléfono.

—Ese será Micky, me voy.

—Pasad un buen día.

Bret escuchó a su madre repetir las palabras de su hermana mientras salía por la puerta y miraba al porche. En ese momento pasaba frente a la valla de su jardín alguien disfrazado de «Xenomorfo» junto a un «Cabeza piramidal» algo entrado en carnes. De la puerta de la casa al otro lado de la calle vio surgir un «Contemplador» con su gran ojo central, y todos los demás más pequeños alrededor. Gene se había hecho un gran disfraz ese año.

—Hola Gene, te ha quedado o genial.

—Lo mismo digo, pequeñajo —respondió Gene, haciendo que la gran boca del disfraz se moviera arriba y abajo para simular que era el monstruo el que hablaba.

Aunque se llevaban tan solo dos años, apenas unos meses antes Gene había «dado el estirón», y al lado de Bret parecía un hombre hecho y derecho.

—¿Qué sería de la Blob-matic-con si no llevara nadie ese disfraz?

Bret le hizo un gesto y se volvió hacia la plaza, al contrario que el resto de la gente que caminaba hacia las afueras, en dirección al campo del equipo local donde estaban ya montadas las carpas, los escenarios, y las pantallas de cine. Él se dirigía a casa de Micky, donde habían quedado con Robert y Billy. De camino se cruzó con un par de dinosaurios, un «Mario Bros» y su hermano Luigi, alguien que había disfrazado sus piernas y parte del torso de tiburón saliendo del agua, y el resto de chica rubia (la transexualidad no le había favorecido nada), que agitaba los brazos como si pidiera ayuda. En el momento en que tocaba el timbre de la casa de Michael pasaba a su lado un hombre disfrazado de «Herbert West», que le dedicó un saludo con su jeringuilla de color verde luminoso.

—¿Bret? —le preguntó Micky señalándole con el dedo.

—Sí —respondió él desde el interior de su traje.

—¡Vaya tío! Qué bien te ha quedado.

—A ti también te ha quedado bastante bien, «Audri segunda» —añadió Bret a su vez indicando el disfraz de Michael, que se había inspirado en la planta carnívora de «La pequeña tienda de los horrores».

—Qué asco. ¿Qué es eso?

Tras Micky estaban Robert, que se había disfrazado de «Jason» mostrando una vez más su poca imaginación, y Billy, que se las había ingeniado para recrear a «Belial», el engendro siamés de la película «Basket Case». Junto a estos había una chica que parecía no ir disfrazada de nada, y que era la que había hablado.

—Eso, prima —respondió Robert—, es un disfraz de «La masa devoradora», el monstruo que aparece en la película que te puse ayer, y que vino de las estrellas para caer en este pueblo hace muchos años.

—Ah —comentó ella sin mucho interés.

—Por cierto, chicos, esta es mi prima Melissa –añadió Robert.

—Mel.

A la niña no parecía hacerle ninguna gracia estar allí en un día tan señalado.

—No sabía que te había tocado a ti este año, Bret.

Billy se había presentado el año anterior pero el disfraz le tocó a otro.

Aunque no había una obligación por parte de los organizadores del evento, ni del ayuntamiento del pueblo, el disfraz de «La masa devoradora» era el único que no podía faltar en la BLOB-MATIC-CON, pero desde que un año se presentaron más de veinte personas como la masa, se empezó a realizar un sorteo para ver quién sería el elegido cada año.

Ser la masa devoradora era muy prestigioso entre los jóvenes del pueblo.

—Yo no lo supe tampoco hasta hace un par de meses. He tenido que darme mucha prisa.

—Te ha quedado muy bien —comentó Robert.

Bret había escogido el momento en que la masa se come al jugador de football, en la versión más moderna. En esta, Paul Taylor está siendo devorado cuando entra Meg Penny, su novia, y le ve morir. Bret había preparado el disfraz para que evocara el momento en el que el jugador extiende el brazo para pedir ayuda, mientras está siendo digerido.

—¿Vamos a la carpa?

Los cinco comenzaron a andar sin dejar de ver los disfraces de la gente con la que se iban cruzando, algunos, conocidos de Arborville, otros, ocultos tras máscaras y complicadas caracterizaciones, desconocidos y extranjeros el resto.

—¿Habéis visto lo que han puesto en los baños de la cafetería? —preguntó Micky.

—¿Papel de manos y suelos limpios? —aventuró Mel con sorna.

—Han puesto unas figuras de los «Ghoulies».

—¿Qué es eso?

—Los ghoulies eran unos monstruos que aparecían en una película de los ochenta. En ella, unos seguidores de Satán los invocaban, y estos salían a nuestro mundo a través de la taza del retrete —puntualizó Bret.

—Qué asco.

Al parecer, a Mel todo aquello le resultaba bastante desagradable.

Los chicos cruzaron por delante de la puerta de la casa de Bret y siguieron hacia las carpas. En la acera pudieron ver a un hombre que debía ser enorme, disfrazado del hombre-tiburón de la película «Sharkman», atacando a una chica que parecía ir disfrazada de Mae Shiranui. La escena se llevó una aclamación del grupo de amigos, y el monstruo se giró hacia ellos, dejando caer a su víctima al suelo.

—Mira, viene a por nosotros.

Billy señalaba con el dedo al hombre tiburón que se acercaba, cuando otro disfraz pasó entre ellos. Esta vez era un «Chewbacca», quizá demasiado bajo, el que señaló con una sonrisa bajo la careta al monstruo que se abalanzaba sobre él.

—¿Ves? Te lo dije, este año hay mucho nivel. La gente está entregadísima —comentó Micky exultante.

Ninguno de ellos se percató de que las risas se convertían en horribles chillidos.

Algo más adelante, varios de los niños del pueblo habían montado un puesto de limonada, que vendían a dólar el vaso de plástico. La gente que pasaba por delante lo compraba antes de entrar al campo en el que estaban los puestos y tiendas. Aunque estaban casi a finales de octubre, a punto de empezar a ver las primeras nieves sobre las montañas cercanas, hacía un calor fuera de lo normal, la temperatura era perfecta para los jóvenes emprendedores.

—Hola chicos —les saludó Billy al llegar a su lado.

—¿Llevas siempre esa camiseta cuando paseas a tu perro? —le dijo Bret a uno de los niños que había tras el puesto de limonada. Este llevaba una camiseta en la que ponía «mi otra mascota es un mowai».

—No siempre, pero sí muchas veces.

—¿Queréis una limonada? Está hecha con el agua de nuestro pantano.

—Yo lo tengo difícil hoy para tomar nada —indicó Bret señalando su propio disfraz.

—Yo no llevo dinero, es la única forma de que no me lo gaste —dijo Billy.

—Pues yo sí quiero un vaso —comentó Mel, señalándoselo a su primo.

—Yo tomaré otro —añadió Robert desde detrás de su máscara de «Jason».

Robert pagó los dos vasos y entraron por fin en la feria.

Se acercaban las doce de la mañana cuando pasaron por fin de las tiendas de camisetas, de los puestos de intercambio de cómics, o de las salas habilitadas para las distintas charlas que se darían a lo largo del fin de semana.

—La proyección se hará en el interior del pabellón del instituto, tenemos que darnos prisa.

Billy les llevaba casi a la carrera mientras Mel no paraba de poner cara de hastío. Al final, su limonada se la estaba tomando Micky, que había aceptado bebérsela él cuando ella olió el refresco y dijo «qué asco» por tercera vez en la mañana.

—Intentemos coger buenos sitios —dijo Billy, alzando la cabeza todo lo que podía por encima de la gente que iba delante de ellos.

—¿Me vais a hacer ver la misma película que vi anche?

—Las dos películas cuentan lo que sucedió en Arborville hace muchos años, cada una a su manera —puntualizó Bret—. La verdad es que el ejército no tuvo nada que ver, ni existió ningún «Brian Flagg», ni acabaron con la masa devoradora con extintores. Pero a todos nosotros nos gusta recordar que una vez cayó en nuestro pueblo el «color surgido del espacio», y que fuimos capaces de hacerle frente.

—Sí, por ello al final del fin de semana se hace la representación de la muerte de la masa —añadió Billy.

En muchas ocasiones hacían competiciones entre los dos para ver cuál sabía más sobre literatura de terror, cine de los ochenta y principios de los noventa, o monstruos y subgéneros en general. Para ambos, las historias de los años dos mil en adelante, no pasaban de ser entretenidas, nunca alcanzarían el nivel de «Posesión infernal» o «Waxwork» (la de las figuras que volvían a la vida tras los cordones del museo de cera, no la de «Vincent Price», o aquella en la que aparecía «Paris Hilton»). Los otros dos amigos seguían el criterio de los cinéfilos, pero no les preocupaba conocer el nombre de los directores, o si las historias eran originales o estaban basadas en otras historias.

—Ya, ya, pero vamos a ver la misma película…

—Sí.

—Sentaos —les llegó una voz desde una de las butacas.

Ahí fue donde empezó todo.

Bret se giró para señalar a Micky un hueco en el que cabían los cinco, cuando de pronto notó que su amigo ya no estaba. Es más, juraría que la planta carnívora de su disfraz acaba de terminar de zampárselo. Iba a decir algo, cuando un alarido que llegó desde las primeras filas de la sala se hizo escuchar sobre de todo el griterío. Por encima de brazos agitándose, cabezas peludas y escamas de cartoné, pudo ver un Edgar Allan Poe atravesando con una pluma, el ojo de la chica sentada a su lado. El cuervo que había sobre su hombro no paraba de darle picotazos, sin poder separar sus patas del oscuro traje sobre el que estaba. Parecían haberse fusionado.

A la derecha, un par de filas por debajo, un «depredador» clavaba sus garras metálicas en la garganta de una heroína de cómic ligera de ropa, y al otro lado de la sala, un zombie de traje parecido a Bogart disparaba su revólver al ocupante de la butaca contigua, mientras se calaba el sombrero a juego con su traje amarillo. Bret pudo oír claramente el comentario que dejaba escapar, digno del canalla protagonista de novela negra que era.

—Salgamos de aquí —dijo dándose la vuelta e intentando alcanzar la salida, entre los codazos de la gente en estampida.

Bret, Billy y Mel sortearon como pudieron a los monstruos que salían a su encuentro, y los tajos que propinaba el que antes era Robert, ahora transformado en el asesino de «Viernes 13». Por el rabillo del ojo pudo ver cómo se echaba encima de alguien disfrazado de Freddy Krueger, y sintió rabia al no poder ver el resultado de lo que, estaba seguro, sería mucho mejor que la horrible película que habían hecho sobre ese concepto. Recordaba que viendo la película era partidario del monstruo onírico pero, ahora que Jason era, o había sido, su amigo Robert, no sabía por cuál decantarse.

Salieron de la sala de cine para encontrarse un espectáculo apocalíptico. Por doquier se veían criaturas infernales persiguiendo a personas disfrazadas de otras criaturas infernales. Por entre las carpas y las tiendas veían «golems» abalanzándose sobre la gente, «perros de tíndalos» persiguiendo a sus víctimas a través de los ángulos y olvidando la geometría euclidiana, situaciones que no podrían darse nunca como, por ejemplo, ver a los enanos asesinos de «Cromosoma 3» dando caza a «Scissormann», el enorme gigante del videojuego «Clock Tower», u otras tan absurdas como encontrarse a «Puzzle», el muñeco del asesino de la película «Saw», con su triciclo de juguete montando trampas para sus posibles víctimas. Bret corría mientras se lo imaginaba diciendo «quiero jugar a un juego».

—Ostras, por qué está pasando todo esto —pregunto Billy, que intentaba correr como podía con su disfraz de engendro.

—No lo sé, pero les ha pasado también a Micky y a Robert.

—Sois tontos, está claro que ha sido la limonada —a Mel parecía no importarle que su primo se hubiera convertido en un monstruo asesino por su culpa—. ¿Que se podía esperar de una panda de frikis?

—Cállate, tú eres la causante de que le haya pasado también a Micky, tú le diste la tuya.

—Olía asquerosa.

—Bret, ¿estás bien?

Al fondo del campo de football estaba Eli, que corría hacia él seguida de Ryan, el cuál parecía no estar muy contento de encontrarse allí.

—Eli, tenemos que irnos de aquí, la gente se está convirtiendo en los disfraces que llevan puestos.

—Lo sé, la madre del vecino estaba pidiendo ayuda porque un conejo gigante con un cuchillo la perseguía por su casa.

—¿Un conejo gigante? —preguntó Mel.

—Sí, ese de la película de los saltos en el tiempo que tanto te gusta.

—¡Ah! —respondieron Bret y Billy al mismo tiempo.

—Emm, chicos, quizá podríamos hablar de todo esto en otro lugar.

Ryan estaba muy nervioso, y miraba con cara de pánico a cada bicho viviente que se acercaba o alejaba.

—Sí, tenemos que irnos de aquí —corroboró Bret—. Creemos que la culpa es de la limonada.

—Si la hicieron con agua del pantano… —comento Ryan sin interés en la conversación.

—¿Cómo lo sabes?

—Joder, anoche cuando te ibas cayó algo en el agua —el macarra vio la cara de cabreo de la chica y siguió malinterpretando su expresión—. Te lo intenté decir pero te marchaste.

—¿No se te ocurrió decírselo a nadie?

—Sí, pensé en decírselo a la policía o a los bomberos.

Eli suspiró esperando a que continuara, pero, al parecer, la historia de Ryan acababa ahí.

—¿Y bien?

—¿Y bien qué?

—¿Que qué te dijeron? —El cabreo de la muchacha iba en aumento.

—¿Qué me dijeron quienes?

Eli estaba resoplando cuando Bret tomó la palabra.

—Has dicho que algo cayó al agua. ¿De dónde?

Ryan tardó unos segundos en responder. Después señaló hacia arriba con el dedo índice.

—Cayó del cielo. Era una especie de meteorito, o una estrella fugaz o algo así.

—Es curioso que caiga del cielo un meteorito por segunda vez en el mismo pueblo, y de nuevo sea alguna especie de monstruo alienígena —dijo Billy con gesto pensativo.

—Esto no es lo mismo, son las mismas personas del pueblo, o la gente que lo visita los que están atacando al resto.

Elísabeth no se mostraba de acuerdo con el comentario de Billy, y parecía estar a punto de decir algo más, cuando de pronto percibieron una figura grande que se movía hacia ellos. Un tiesto con lo que parecía una planta sobre él, y entre sus fauces, el cuerpo de Micky agitando los brazos hacia el grupo.

—Joder, Micky. Tenemos que ayudarle.

Eli dio un paso hacia la planta, aterrada pero resuelta a ayudar al chico que tantas veces había visto por los pasillos de su casa, o jugando en el cuarto de su hermano, cuando notó que este la sujetaba por el brazo para evitar que hiciera lo que tenía en mente.

—No, Eli. Ese no es Micky, él está muerto, igual que Robert.

—Pero él…

—Eso no es más que el disfraz que él llevaba. Lo único que ha hecho esa cosa es adoptar su aspecto.

—¿Su aspecto? —preguntó la chica.

—Claro, como en «La cosa» —añadió Billy—. El parásito del espacio adopta el aspecto de su anfitrión para camuflarse, para no ser reconocido.

—No saben que están imitando los disfraces —terminó Bret.

Eli miró de nuevo al tiesto que se arrastraba hacia ellos.

—¿Y cómo vamos a hacer para acabar con ellos?

—Consumiremos el fuego con fuego —sentenció Bret.

 

 

Billy se bamboleaba por la carpa y después por las calles del pueblo, llamando la atención de todos los monstruos que pudo encontrar en su camino. Se acercaba a una distancia prudencial y les gritaba «hamburguesas, carne sin huesos», porque era la única cita que se le había ocurrido que no desentonara con la situación. También se le había ocurrido la frase «seguidme, conozco el camino», y, aunque debía reconocer que era más graciosa teniendo en cuenta que era verdad que lo conocía, la primera era más propia de monstruos del espacio.

—Hamburg…

Se quedó en silencio mirando a «Pennywise» sin atreverse a terminar la frase, y miró a todos los monstruos que iban de camino a los antiguos almacenes. «Ya me siguen bastantes de ellos, el resto vendrá detrás» pensó mientras se alejaba del payaso y de la aterradora sonrisa que le dedicaba mientras le ofrecía un globo.

—¿Quieres un globo? Todos flotan —decía el payaso con su boca llena de afilados colmillos.

Billy se apartó aún más, y corrió a abrir el portón que daba a la antigua piscina municipal. Aquel edificio llevaba varias décadas cerrado, y el polvo se había acumulado hasta crear una fina pátina que a punto estuvo de hacerle caer al suelo.

—Esperemos que todo salga bien –le dijo a la oscura sala que poco a poco se llenaba de bestias, engendros y monstruos de pesadilla.

 

 

—Como te decíamos antes, las películas de «La masa devoradora» solo cuentan parte de la verdad. Es cierto que mató a muchas personas del pueblo, y que al final lograron frenarla, pero, como se cuenta en ambas películas, la gente de Arborville no fue capaz de destruir al monstruo gelatinoso.

Bret quitó la lona que cubría la piscina para mostrarle a Mel el verdadero secreto del pueblo. El monstruo seguía ahí. Congelado, oculto tras una fina capa de hielo, pero mostrando ese extraño color magenta.

—¿Ese es el monstruo? —Preguntó Mel.

—Este es el monstruo.

La piscina municipal estaba llena de aquella sustancia gelatinosa que ahora se encontraba congelada, pero que aún así parecía vibrar esperando la oportunidad de escapar de su prisión. El plan era sencillo, soltar a la masa. Pero no lo iban a hacer de cualquier manera, el pueblo no se podía permitir otro desastre como aquel.

—¿Y cómo haréis para pararle cuando esté suelto?

—Cómo “haremos” para pararlo —enfatizó Bret—. ¿Estabas escuchando cuando hablábamos con Eli?

Bret miró a la chica pero esta parecía más interesada en otras cosas, como su pelo, los bichos que parecían moverse en las zonas oscuras y húmedas, o la cantidad de polvo que había en el antiguo edificio de la piscina.

—Bueno, encendamos la caldera y subamos la temperatura de este sitio, Billy tiene que estar a punto de llegar.

 

 

Billy rodeó la piscina y, sin parar de mirar al frente, a la puerta por la que iban entrando todos los monstruos que había logrado atraer, gritaba hacia el interior para hacerse oír por Bret. Él y Mel tenían que estar allí ya. Su parte era la de elevar la temperatura de la piscina y hacer que la masa despertara, pero al pasar junto a la piscina lo único que había visto era su superficie helada.

—¡Bret!

—¡Sí! Estamos aquí, pero tenemos un problema.

Bret salía de la puerta que había al fondo señalando algo tras él.

—¿Qué problema?

—Necesitamos fuego para encender la caldera…

“Mierda”, pensó Billy sabiendo que ninguno de ellos llevaba mechero.

—¿Mel no fumará por un casual?

La chica se había quedado en la parte en la que estaban las oficinas, no estaba dispuesta a rodearse de nuevo de monstruos, por lo que fue Bret quien respondió por ella.

—No, dice que mancha el esmalte de los dientes.

—Jo. ¿Y ahora qué hacemos?

Ahora Bret estaba a su lado y miraba con él el paso inexorable de los monstruos del espacio, los zombies, las plantas carnívoras, los fantasmas y personajes de cómic, y todos los seres que iban pasando uno tras otro por el portón de entrada, y a través del cuello de botella que se formaba gracias a las mamparas que separaban los pasillos a los vestuarios.

—Tendremos que encontrar alguno de ellos que haga fuego.

—¡Eso es! Recuerdo haber visto algún dragón en la feria, debe haber alguno por aquí.

Ambos miraron a la primera línea, a la segunda, por encima de cuernos, garras, ojos inyectados en sangre y demás, y al final lo vieron.

—Está muy atrás, para cuando llegue a nuestro lado estaremos muy muertos —comentó Billy.

—Tiene que haber otra solución.

—No se me ocurre.

—A mí sí.

Bret saltó al frente y se acercó a la parte en la que parecía que el hielo era más fino y se agachó a su lado.

—¿Qué haces?

—Billy, acércate a la puerta y mantenla abierta. Vamos a tener que salir de aquí muy deprisa.

Billy se fue separando hacia el fondo, muy despacio, sin dejar de mirar a Bret para ver qué era lo que pretendía su amigo. Entonces lo vio claro.

 

 

Bret no estaba seguro de que fuera a funcionar. No era un personaje que utilizara mucho el fuego en la película en la que aparecía. Ni si quiera sabía si el parásito espacial que albergaba en su interior sabría que podía utilizarlo, pero era eso o nada. Fuera como fuera tenía que actuar ya si no quería que lo terminaran rodeando.

—¡¡MILLER!! ¡¡MIIIILLLLEEEEEERRRR!!

El monstruo que representaba al regresado del infierno en la película “Horizonte Final” se volvió hacia él y levantó una mano. Bret sonrió preparado para saltar, pero el chorro de fuego no llegó. No sabía qué hacer, o si tendría sentido lo que estaba intentando, pero no tenían otra opción. Le habían fallado al pueblo.

—Bret, corre, están entrando en la piscina.

Sin quererlo, al gritar de aquella manera había logrado acelerar el ritmo de las bestias, y estas estaban intentando alcanzarlos desde todas las partes posibles. Ya había varias de ellas encima del hielo, que se resquebrajaba y se partía por doquier.

—…

Bret se apartó del borde de la piscina viendo cómo algunos de los monstruos caían al interior y comenzaban a forcejear entre los pedazos de masa congelada. En pocos segundos volvería a la vida, mejor sería que estuvieran lejos de allí cuando esto hubiera sucedido.

Los dos amigos pasaron por la puerta que daba a las antiguas oficinas del edificio y cerraron como bien pudieron el acceso a la piscina, subieron las escaleras al piso superior y se asomaron a las cristaleras de la pasarela elevada. La masa devoradora estaba volviendo a la vida y aquí y allí se veía cómo comenzaba a adherirse a sus víctimas, las cuáles luchaban por quitarse de encima los pequeños trozos de gelatina que se les pegaban al principio, y las grandes oleadas que les barrían después. Los chillidos y alaridos comenzaron a surgir por todas partes. Las criaturas alzaban los brazos y luchaban por huir de allí, pero alguien había cerrado las puertas tras ellos.

—Mira —le dijo Bret a Billy—, Eli logró convencer a los bomberos.

—Sí.

Ambos se alegraban de que todo estuviera saliendo bien, aunque no supieran realmente si Eli había logrado traer a los bomberos, o habían sido ella y Ryan quienes habían cerrado la puerta.

—Tenemos que marcharnos.

Billy asintió en silencio sin apartar la vista del infierno que se desarrollaba bajo ellos. Era hora de salir de allí.

Los dos amigos echaron a correr escaleras abajo sin parar de oír los alaridos que venían de la zona de la piscina, cuando a Billy se le ocurrió preguntar por Mel.

Bret le miró con cara de sorpresa, dándose cuenta de que la había olvidado por completo.

—Vaya, estará en las oficinas —dijo mirando al pasillo que conducía hasta donde la había dejado antes.

—Vamos.

Se encaminaron allí pero al llegar vieron que no estaba.

—¿Habrá salido ya del edificio? —preguntó Billy.

—No lo sé. La verdad es que no ha sido de gran ayuda para nada.

Si no hubiera sido por los gritos y los gruñidos de los monstruos que estaban siendo devorados por la masa, habrían podido oír los chillidos de la niña, que había elegido uno de los retretes para ocultarse. Lástima que ella no fuera tan cinéfila como los chicos, pues de haberlo sido sabría que estos son los lugares por los que salen los Ghoulies cuando son invocados…

Mientras tanto, Bret y Billy corrían hacia la salida cuando de pronto el griterío paró por completo. Ya no sonaba nada y ellos se quedaron parados y silenciosos, temerosos incluso de respirar tan alto que se les pudiera oír. La masa había acabado con los parásitos, ahora era cuando comenzaba el verdadero peligro.

Bret miró a Billy antes de dar un paso intentando ser lo más sigiloso posible, y este le siguió, posando ambos su vista en la puerta que había al fondo del pasillo. Esta era la puerta trasera del edificio, y daba a un descampado en las afueras del pueblo, lejos de las luces, de los edificios y de las personas que caminaban por sus calles. Allí estaba la salvación, y de que llegaran a tiempo y sin que les encontrara dependería que se salvaran definitivamente, o que pasaran a formar parte del monstruo que habían liberado.

Los dos niños se afanaban para seguir avanzando sin hacer un solo ruido cuando, en medio de aquel silencio, algo parecido al sonido de una gran ola golpeó contra la pared del pasillo. No pudieron evitar soltar un chillido de sorpresa y terror, que hizo que el silencio ya no tuviera sentido.

—¡Corre! —gritó Bret.

Corrieron como nunca lo habían hecho mientras veían cómo la argamasa que había entre los ladrillos caía al suelo, empujada por la masa gelatinosa que se filtraba intentando darles alcance. Cuando llegaban a la puerta y la abrían de un tirón nervioso, el suelo del pasillo estaba ya tapizado con aquel moco rosa, que burbujeaba y les perseguía intentando salir del edificio que había sido su prisión durante tantos años.

Ya en el exterior cerraron la puerta de un portazo y miraron hacia el edificio, que comenzaba a supurar por todas sus rendijas hilillos de la secreción rosa. Las paredes estaban combándose como si fueran a estallar en cualquier momento.

—¿Crees que tu hermana habrá logrado hacer su parte?

—Espero que sí, por la cuenta que nos trae.

Los dos corrieron hacia la entrada del edificio, donde se encontraron con Elie, con el cuerpo de bomberos, y con varias de las personalidades del pueblo.

—¿Y Ryan? —preguntó Bret.

—Cogió su moto y se largo —respondió Eli—. ¡Cobarde!

Bret miró a las personas que había allí y a toda la gente que esperaba al fondo, en las afueras del pueblo, lejos del monstruo que comenzaba a escapar del antiguo edificio de la piscina municipal.

—Es una lástima que no esté Mel, se va a perder la representación de cómo el pueblo acabó con la masa devoradora. Este año en vivo y en directo.

“Lo que sí que es una lástima es que no tengamos palomitas para disfrutarlo como es debido”, pensó mientras se sentaba en el suelo y se preparaba para el espectáculo. “En el fondo somos un pueblo de frikis”.

 

 

 

FIN

 

 

 

Mel salió con vida de su experiencia en los baños con los Ghoulies. Todo esto le sirvió para aprender de la gente que disfruta de cosas algo distintas, y para tenerle un terror crónico a los baños públicos.

 

Al parecer Ryan condujo con su moto hasta que se le acabó la gasolina y después siguió alejándose a pie. Alguno de los cotillas del pueblo aseguran haberlo visto limpiando mesas en un Kentucky Fried Chicken en Utah, otros dicen que le vieron en Florida, y los hay que eligen Seattle cuando hablan del rumbo del motorista. Nadie sabe a ciencia cierta dónde se encuentra a día de hoy, pero seguro que allí donde esté, seguirá siendo un ligón y un rompecorazones cobarde.

 

Eli encontró un novio que estuviera a la altura de sus expectativas, y dejó de sentir interés por los chicos con moto.

 

El cuerpo de bomberos de Arborville se ganó (por segunda vez en su historia), la medalla al “Honor Meritorio de Defensa Contra las Fuerzas del Espacio”, o como se la solía llamar cuando se rememoraba la historia “HoMeCoFEe”.

 

Billy y Bret siguen compitiendo por ver quién de los dos sabe más sobre literatura de terror y cine de los ochenta y noventa. Una vez al año, por las fechas del BLOB-MATIC-CON (después de la segunda debacle se dejó de celebrar), quedan para ver la película de “La masa devoradora”, a modo de homenaje por los amigos caídos. Ellos no pierden la esperanza de que una vez más, una tercera, caiga un nuevo meteorito y haya que luchar de nuevo contra “el color venido del espacio”.

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