Al otro lado
No recordaba nada antes de aquello. Nada antes de encontrarse sentado en la silla mirando al vacío, o a la estantería que se encontraba frente a él. No sentía nada extraño, ninguna sensación rara, ni dolor de cabeza, nada fuera de lo normal. Pero ahí estaba, y no recordaba por qué se encontraba sentado de aquella manera, sin hacer nada ni saber qué había estado haciendo tampoco. Aunque ese no era el motivo de su temor. El mueble que tenía delante de él no estaba donde debía estar, o más bien, para ser exactos estaba al contrario de donde debía estar. Todo se encontraba al revés, desde el mueble que permanecía justo en el lugar contrario al que solía ocupar, además de las figuras de su interior que estaban colocadas en el mismo orden pero con la dirección contraria, hasta la mesa del salón que seguía estando más cerca de la ventana que de la puerta del salón, pero ahora se encontraba a su izquierda y no a su derecha como debería ser. Ese era el detalle que le sobresaltó.
Todo el salón estaba cambiado.
Lo normal habría sido encontrarse, sentado como estaba en aquella silla, la puerta a la izquierda y la ventana en la pared de la derecha, de manera que la mesa quedaba prácticamente enfrentada al observador pero un poco más escorada hacia la ventana. Ahora todo estaba en el lugar contrario aunque todo seguía en su sitio, como si en su mente viera una imagen simétrica de su salón.
El terror que sentía lo invadió ante la incertidumbre. No entendía qué estaba pasando.
Se levantó lentamente del asiento y caminó despacio hasta el dormitorio, con la intención de abrir la puerta y descubrir si lo que estaba sucediendo ocurría en todas las estancias, o era tan solo el salón. En parte sentía pánico de lo que pudiera encontrar al otro lado de la puerta. Acercó la mano al pomo y lo giró en la dirección contraria a como había abierto siempre, para dar un paso por el interior del dormitorio. La habitación se abría a su izquierda en donde se encontraba su mesita de noche, a continuación la cama, un mueble y un zapatero sobre el que descansaba un juego de toallas. Todo estaba al revés. Todo al contrario de donde debería estar y al mismo tiempo, todo en su sitio. No sabía cómo pero tenía claro que sus zapatillas estaban en el suelo, por el lado de la cama por el que salía habitualmente, el despertador sobre la mesa, encarado hacia la almohada, la puerta del armario abierta y sosteniendo el albornoz colgado, exactamente donde lo dejaba siempre tras ducharse. No tenía sentido. Nada lo tenía.
Después de comprobar el resto de la casa para ver lo mismo en todas las habitaciones, decidió salir a la calle. Igual no era su casa, igual la podían cambiar de arriba abajo, pero la calle… Echó la vista abajo para ver que estaba vestido. Camisa de manga corta, pantalones y unos zapatos ligeramente serios serían más que suficientes para indagar lo que estaba pasando. Salió al pasillo y no a su derecha, como normalmente, sino a su izquierda sobre una repisa, cogió las llaves de la casa para cerrar desde fuera. De la misma manera, el pasillo del rellano giraba a la izquierda para conducir a la calle. Al fondo de este estaba la puerta del portal. Todo estaba ahí. La tienda de ultramarinos, el pequeño parque en donde jugaban los niños, la calle que discurría cuesta abajo hasta girar en el recodo que había junto al banco. Todo estaba en su sitio pero, todo estaba en la dirección contraria. De la misma manera que en su casa, la tienda de ultramarinos, el parque o el banco se encontraban justo en el lado erróneo al que deberían estar. Las distancias eran las mismas, los sonidos eran los mismos pero, todo era diferente.
Se echó las llaves al bolsillo y empezó a caminar calle abajo. No podía estar pasando, no podía ser que todo estuviera al revés, ¿o el problema era tan solo suyo? Miró a su alrededor intentando comprobar si la gente que había no se extrañaba como él, pero en un primer momento no lo parecía. Los niños jugaban en el parque de la misma manera que todos los días, la gente paseaba apaciblemente, nadie salvo él parecía sorprendido o desconfiado. Recordó que al abrir los ojos no recordaba nada anterior. Nada excepto que había abierto los ojos y todo estaba donde no tenía que estar, ¿qué había ocurrido anteriormente? ¿Qué había pasado con él? Igual todo estaba como debía estar y era él, el único que no lo recordaba como realmente era. ¿Por qué no recordaba nada?
Se acercó a una pareja que había un poco más adelante para preguntar disimuladamente, pero las palabras murieron en su garganta antes de que las pudiera pronunciar. Cuando se dieron cuenta que estaba ante ellos parado y sin decir palabra le preguntaron algo, si le podían ayudar o algo así, no estaba seguro, pero lo que le dejó sin palabras fue esos rostros. Sus miradas vacías en esos rostros sin expresión, hundidos sobre un agujero que se tragaba la cara, como si fuera el agua de una pila en la que no hubiera tapón. No había nariz en sus caras, ni ojos ni cejas, no había casi boca. Pero él escuchó perfectamente cómo le preguntaban. Se separó de ellos de un salto, con una sensación de pánico que no pudo evitar. La pareja parecía haberse molestado por la reacción y se alejó entre airadas palabras y aspavientos. ¡No tenían rostro! pensaba él, mientras miraba hacia el parque intentando descubrir si los niños sufrían la misma deformación. Al parecer así era, aunque no todos lo tenían en la cara. Se incorporó y siguió en su avance hasta llegar al giro de la calle, donde se terminó de quedar sin aliento. Las personas que se encontraban en el interior del banco tenían esos agujeros que succionaban la carne por todo el cuerpo, como si fueran perdiendo parte de sus cuerpos en su propio interior. Como había visto no era tan solo en los rostros, ahora además de las caras el resto del cuerpo perdía ropa, carne y músculos en torno a esos agujeros que aparecían de manera caprichosa en cualquier parte de la fisonomía de sus víctimas. A algunos en la nuca, tras una rodilla o en pleno estómago, otros lo tenían en la espalda o en un hombro. Las voces de aquellos seres comenzaban a sonar como chirridos, difíciles de creer posibles en una garganta humana. No pudo evitar mirarse de arriba abajo para constatar que él no tenía ninguno de esos agujeros oscuros.
Se separó de la entidad bancaria para andar lo más lejos posible, sin parar de mirar en todas direcciones, temeroso de encontrarse de frente con alguna de esas “personas”. Los edificios de aquella zona parecían estar en plena descomposición, siendo fácil encontrar desconchones en las fachadas, ladrillos tirados por el pavimento, o las propias calles y aceras destrozadas y descuidadas. Cada vez las sombras eran más largas y la luz del día llegaba a menos lugares. Le parecía que no había pasado tanto tiempo pero, dada la iluminación y que casi debía caminar en penumbra, diría que se acercaba rápidamente una noche oscura. Los arbustos de las jardineras y los arboles de las parcelas mostraban una imagen tenebrosa, rodeados de líquenes oscuros y sin hojas colgando de sus ramas. Además del silencio de la calle, le sorprendía que las ramas de las plantas no se movieran por la falta de viento. Porque no había ningún viento o, para ser más exactos, no había aire, ni olores, ni sonidos, ni nada. No notaba nada y por mucho que se preocupara en descubrirlos, nada había que mostrara la más mínima señal de vida por ningún lado. Se acercó a la fachada de uno de los edificios de pisos de los que no salía ni una luz aún a pesar de la oscuridad que había ya, y vio la entrada a un callejón que pasaba por debajo del bloque, hasta una calle paralela al otro lado de la que se encontraba. Sin saber bien por qué lo hizo, se metió por el pasadizo para salir a un páramo desolado en el que no había nada. Ante él solo arena y silencio, nada de edificios ni personas, ni luz, ni ruidos; solo sombras. Ni siquiera en el cielo había nada.
Miró al edificio y vio cómo los ladrillos caían de la fachada sobre el suelo y se descomponían, sin dejar tras ellos ninguna señal de su existencia, como si nunca hubiera habido nada ahí. La acera que se encontraba ante él y que se perdía en el desierto que tenía delante, desaparecía como se evapora el agua en un día caluroso. Ante sus ojos el edificio estaba desapareciendo también y, de la misma manera, el suelo que pisaba y el callejón por el que había pasado. Pudo darse cuenta que el olor o más bien cualquier sensación, parecía estar perdiéndose rápidamente. En ese momento sentía un vacío que salía de su pecho, y que amenazaba con dejarles sin aliento, si le pasaba a él lo mismo que al edificio, no tardaría en desaparecer junto con la construcción que menguaba ante sus ojos velozmente, y no pensaba quedarse para comprobarlo. Echó a correr. Corrió de vuelta a la calle en la que se encontraba su casa, sin preocuparse de los hombres que se deshacían ni de los edificios en ruinas. Corrió hasta que sintió que sus pulmones ardían por el esfuerzo, y aún así siguió corriendo hasta que de pronto se encontró con la calle iluminada por el sol del medio día, bien alto en el cielo. Paró para recuperar el resuello, sin entender por qué todo estaba como al principio. Las personas en el banco, los edificios con sus jardines bien cuidados, la luz del sol que lo iluminaba todo… Parecía como si no hubiera sucedido nada, pero algo había cambiado.
La gente ahora tenía esos agujeros por todo el cuerpo, no solo un agujero o dos. Tenían esos hoyos que los devoraban por todas partes. Algunos incluso habían perdido miembros enteros, desaparecidos en el interior de esos oscuros pozos que tenían sembrados por toda su anatomía. Él no entendía por qué no se percataban de ello, y si lo hacían, por qué no hacían nada al respecto. En realidad daban la sensación de mostrar una actitud de lo más normal, parecían seguir con sus vidas como si nada sucediera. Esto era lo que pensaba cuando se dio cuenta de un aspecto concreto en el comportamiento de aquellos seres, no hacían más que repetir una vez tras otra lo mismo. Como si de un bucle se tratara, los niños subían y bajaban en los balancines una vez tras otra en perfecta cadencia, los animales aparecían por el mismo recodo de la calle, para desaparecer y volver de nuevo con el mismo movimiento. Como si de una coreografía perfecta se tratara, la gente hacía los mismos ademanes repetidos sin parar, todo era una repetición y otra, y otra, y otra…
Miró tras él y vio que la sombra que antes había visto en calles más alejadas, ahora se cernía sobre los edificios que circundaban el banco, como si avanzara poco a poco cercándole. Con ella, la luz iba desapareciendo paulatinamente de la calle y, de igual manera que vio antes, los edificios comenzaban a mostrar el deterioro fruto del paso del tiempo pero en escasos segundos. También parecía que el color se había deteriorado, no refiriéndose a la pintura, si no más bien como si estuviera perdiendo paulatinamente fuerza. A ese ritmo en pocos minutos no quedaría más que arena y polvo.
En pocos minutos no quedaría nada.
¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué ocurría todo aquello? ¿Y por qué no era capaz de recordar nada? Caminó cuesta arriba en dirección a su casa, aligerando el paso según se acercaba, mientras miraba el lugar que había ocupado todo, contrario a como debería ser. Miró a los niños, o a lo que quedaba de ellos, jugando en el parque como si nada pasara. Observó a la pareja con la que se había encontrado antes, haciendo exactamente lo mismo que hacían. Ahora eran una morbosa pantomima, que dibujaban ademanes con brazos que no existían y gesticulaban hacia lugares que se derrumbaban. Probablemente tenían la misma conversación que hacía tan solo un rato. Eso no lo podía asegurar, ya que, ahora, no era capaz de entender nada entre esos ruidos chirriantes que salían de sus gargantas. No tenía del todo claro que antes hubieran tenido un diálogo que se pudiera haber seguido, todo aquello parecía ser un mundo no solo hecho del revés, si no abocado a desaparecer en escasos momentos. Un mundo que constaba de unas pocas calles y unos cuantos edificios que estaban desapareciendo. Y él, pensaba aterrado, se encontraba en ese mundo.
Llegó ante la puerta de su portal, o lo que creía que era su portal, y sacó las llaves para introducirlas en la cerradura. Recordó girarlas en la dirección contraria y entró, dejando atrás todo lo que había visto en su breve periplo. Pasó al interior del domicilio y se sentó en la silla en la que había abierto los ojos.
¿Qué estaba pasando? ¿Por qué no recordaba nada? Y, ahora se dio cuenta de un detalle en el que no había reparado hasta entonces, ¿quién era él?
No tenía nombre o no lo recordaba. No sabía que había sido de él antes de despertar en esa misma silla, lo único que sabía era que todo estaba al revés de como debería estar. En la dirección contraria. Miró a la ventana y vio que fuera estaba ya oscuro, no escuchaba los gritos de los niños, ni nada. La pintura de las paredes estaba empezando a desaparecer, dejando a la vista primero el yeso y después los ladrillos. Los muebles se carcomían ante sus ojos y dejaban de existir. La casa estaba desapareciendo como todo lo demás.
Se levantó y se dirigió al baño sin saber muy bien por qué. Encendió la luz y se encontró con su reflejo en el espejo. Ante él se encontraba un hombre que se pasaba la mano por el pelo, se colocaba la camisa sin mangas y la sacaba fuera de los pantalones. Dijo algo y salió del marco del espejo, saliendo del campo de visión de los ojos de él.
Ahora todo tenía sentido.
Al otro lado del espejo todo estaba en su sitio, en la dirección que debía ser, sin estar al revés. Al otro lado del espejo el mundo no se descomponía, no desaparecía ni dejaba de existir. Ya había cumplido con su cometido, no recordaba cómo se llamaba porque no tenía nombre, no recordaba nada anterior porque no había existido antes. El era solo un reflejo, solo vivía para estar ante el espejo en ese momento y ahora su momento había pasado. Si se asomaba a los bordes del marco podía ver como el mundo real seguía donde debía estar, no desaparecía. A diferencia del suyo, que no servía para nada más que para dar un efímero servicio a la realidad.
Se sentó en la taza sin dejar de mirar al espejo, esperando a que como un reflejo, desapareciera él también.